En la revista digital de educación del FEAE-Aragón, número 30 de junio de 2020, aparece el artículo que escribí educación en tiempos de COVID-19 con el título Repensar la educación para recuperar la humanidad, os dejo aquí un fragmento:
«El COVID-19 aparece en nuestras vidas de forma inesperada e imprevista a mediados del mes de marzo. Se cierran entonces todos los centros escolares, y a partir de ese momento, estos espacios, que eran los responsables de una educación formal, intencionada, planificada y reglada, deben convivir, sin conciliación previa, con una educación informal, la educación que se ofrece de forma casual, sin planificación, en la cotidianidad del día a día en casa. Miles de estudiantes permanecen recluidos en sus hogares y no pueden asistir a sus centros educativos, y miles de docentes están obligados a hacer una mudanza virtual de la educación formal.
Nassim Taleb, en su libro El cisne negro, el impacto de lo altamente improbable, asigna al cisne negro los siguientes atributos:
- Es una rareza que está fuera de las expectativas normales.
- Produce un impacto tremendo difícil de predecir.
- La naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que, erróneamente, se hace explicable y predecible.
Este coronavirus o cisne negro en la educación, produce la necesidad de reconciliar los espacios de aprendizaje informales ajenos a la escuela con la educación formal encerrada hasta entonces entre cuatro paredes. Ha sido esta una conciliación difícil de asumir, porque eran necesarios conocimientos y competencias que en muchos casos no se tenían; porque era necesario disponer de tecnología y acceso a internet, que muchas familias no poseían; porque implicaba salir obligatoriamente de un escenario seguro, el escolar, un espacio conocido, de confort, y el solo hecho de hacerlo, asustaba; porque descubría y evidenciaba brechas que si bien ya existían en la educación, se mostraban ahora al descubierto con brusquedad y toda su crueldad: brechas digitales, brechas de uso de las tecnologías, brechas socioeconómicas, brechas de género, brechas relacionadas con la diversidad en general y las necesidades educativas en particular.
Pero, sobre todo, esta conciliación ha sido difícil de asumir porque no estábamos preparados, porque no habíamos visto esas brechas. Unas brechas evidentes que no eran visibles a nuestros ojos y que siempre habían estado. Unas brechas normalizadas que asumíamos con hipocresía y un buenismo tolerado.

Este es un error y una ilusión muy común en la educación y que producen ceguera porque no se ven. El error normaliza las injusticias, y la ilusión hace pensar que se están haciendo las cosas bien, aunque no sea así.
Edgar Morin en su informe Los siete saberes necesarios para la educación del futuro (1999) hacía referencia al error y la ilusión como una ceguera del conocimiento. Ahora, en este momento, se vuelve necesario reflexionar sobre esta ceguera, sobre la vulnerabilidad, las desigualdades, la imperfección, el fracaso…»
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