La diversidad en el aula increpa, asusta, molesta. La diversidad en el aula es una realidad que no podemos obviar. Responder a esta diversidad es una obligación regulada normativamente; ofrecer los apoyos y los ajustes necesarios en función de las necesidades individuales, también. Hablamos de inclusión bajo la mirada de responsabilidad jurídica, cuando es necesario comenzar a hacerlo desde la ética, desde la filosofía, desde los cuestionamientos personales que responden a las preguntas ¿Cómo veo la diversidad? ¿Cómo la siento? ¿Cómo la vivo? ¿Cómo la nombro? Estas respuestas concretarán las propias barreras personales y la lucha para eliminarlas será un triunfo para la inclusión.
La ética pretende definir los comportamientos correctos, no los que son aceptados por la sociedad, porque estos pueden ser injustos y la ética nos hace reflexionar sobre ello. La ética implica reflexión individual para poner en duda la normalidad, para ser disruptivos con la norma que nos constriñe. En este momento actual, donde todas las Comunidades Autónomas están elaborando normativas sobre inclusión, el debate que falta es un debate ético. Centramos la mirada en la diferencia, en el otro y nos fijamos en su déficit para categorizarlo, para normalizarlo. Nos fijamos en lo que tiene o no tiene, que lo distingue de los demás; nos fijamos en sus necesidades educativas para hacer adaptaciones y que sea igual al resto; pero no nos cuestionamos qué sentimos nosotros, como personas, con la diferencia, con el otro. Lo que pasa, lo que está pasando, ya lo sabemos: segregación, acoso, injusticias… Pero lo que sentimos… seguramente no es lo mismo. Y la educación inclusiva es pensar con el corazón, es ver al otro como igual, es transformar.
Asociamos la diversidad a etiquetas, a números, a dictámenes, a informes, y pocas veces hablamos de humanidad, de personas, de vida. ¿Cuándo les preguntamos a los niños y niñas, a los adolescentes, a los jóvenes, cómo se sienten? ¿Cuándo les preguntamos qué sueños tienen? ¿Cuándo caminamos a su lado? Asusta la heterogeneidad, porque la sociedad nos habla de perfección uniforme, asusta lo diferente porque es distinto y desconocido. Por eso más que nunca, es necesario replantearse la educación desde una concepción humanista que sitúa en el centro a la persona, desarrollando las capacidades necesarias para que todas las personas tengan calidad de vida y ofreciendo alternativas al modelo dominante del conocimiento, que se dirige, casi exclusivamente, a la validación del mismo.
Frente al desarrollo moral de Kohlberg que se centra en determinar conductas adecuadas, que nos dice lo que está bien y lo que no lo está, me quedo con la ética del cuidado de Carol Gilligan, que aboga por la responsabilidad compartida y la solidaridad. Dos contraposiciones, la justicia y el cuidado; dos ideas, moral y ética.