A veces en la vida necesitamos dar un primer paso para hacer las cosas. Andrea Giráldez (@andreagiraldez) explicaba este primer paso con una frase de Confuccio: «Un viaje de mil millas comienza con un primer paso».
Con el tema de la educación inclusiva, buena parte del profesorado estamos convencidos de que debemos caminar hacia una educación inclusiva que impregne todas las actuaciones, acciones, pensamientos, ideas, culturas… de un centro; no dudamos en que la escuela debe ser una escuela abierta y participativa y, por supuesto, tenemos claro que la educación inclusiva es un derecho. Pero no arrancamos, no damos ese primer paso, ese paso inseguro y que tal vez nos haga tambalear, pero, a la vez, necesario.
¿Podría ser que si fuésemos acompañados nos sintiésemos mejor? ¿Podría ser que si tuviésemos más formación sobre este tema nos sintiésemos más seguros? ¿Podría ser que no sepamos con claridad por dónde empezar? ¿Podría ser…? Seguro que encuentro más motivos, más «podría ser», pero hoy voy a centrarme en la formación, en la necesidad de establecer itinerarios formativos en educación inclusiva que nos lleven a los docentes a un conocimiento más profundo sobre aspectos básicos de educación inclusiva y que nos ayuden a replantearme qué cuestiones debemos cambiar en nuestra práctica docente, en los documentos de centro, en nuestro quehacer diario, para conseguir que la educación inclusiva lo impregne todo.
La formación la concibo desde una perspectiva sistémica, a modo de matrioskas, las muñecas rusas que albergan en su interior otra muñeca. Tomando como base las dimensiones del Index for Inclusion, la cultura correspondería a la muñeca de mayor tamaño y las prácticas a la más pequeña.
Así, la primera pregunta que me planteo es: ¿Qué formación necesita el profesorado y las familias para hacer comunidades escolares seguras, colaboradoras y acogedoras, es decir, inclusivas?
En el post ¿Qué condiciones deben darse en un centro para que apueste por la educación inclusiva? hablaba de alfabetización ética, de diálogo igualitario, de colaboración… Básicamente hablaba de cómo debe ser un centro inclusivo, cuál es la cultura que lo impregna.
En este ocasión me voy a centrar en la formación que necesita el profesorado para conseguir todo ello. Esta formación pasa por una educación emocional como base de todo; por la promoción de la convivencia con la dinamización de alumnos ayudantes, mediadores, ciberayudantes…; con el fomento del diálogo, de la escucha activa, de la asertividad y mensajes en yo; pero también con la prevención del acoso escolar, del absentismo, de la discriminación y el racismo; con una educación para la sexualidad donde se hable de la identidad de género, de la transexualidad, del derecho a la propia identidad sexual.
¿Y las familias? Está demostrado que la participación de las familias, «la implicación de la familia y de la comunidad contribuye a transformar las relaciones dentro del propio centro escolar, fomentando interpretaciones alternativas de los roles de género, lo cual, a su vez, ayuda a superar las desigualdades a través de la obtención de mejores resultados académicos y a establecer relaciones de igualdad entre niños y niñas» (Actuaciones educativas de éxito en las escuelas europeas, pág. 21). Podemos hacer tertulias literarias dialógicas y escuelas de familias.
¿Y nuestra segunda matrioska? ¿Qué formación necesita el equipo directivo y el profesorado para que la inclusión esté en el corazón del centro?
También en esta ocasión preparé un post donde respondía a la pregunta ¿Qué podemos hacer en un centro para caminar hacia la educación inclusiva? Allí explico procesos sencillos que pueden ayudarnos a caminar hacia el objetivo. Pero, ¿qué formación necesita el profesorado?
El tema del liderazgo para la gestión del cambio y el trabajo en equipo es fundamental y no sólo para el equipo directivo, sino para todas y cada una de las personas que trabajan en el centro. Cursos de coaching educativo serían por lo tanto muy interesantes. Andrea Giráldez habla de cuatro portales de entrada al coaching: equipos directivos, profesorado, alumnado y familias.
Imprescindible formarse en la cultura de la evaluación, que la evaluación deje de ser sinónimo de calificación. La evaluación debe concebirse siempre como un medio, nunca como un fin, comprometiendo al estudiante a aplicar conocimientos y habilidades, actuando como motor del aprendizaje, verificando si los logros, los objetivos de aprendizaje que habíamos propuesto se han alcanzado y con qué nivel de éxito. Para ello, el docente debe disponer de suficientes evidencias que le van a permitir evaluar a los alumnos no sólo con un único examen o prueba de lápiz y papel que favorece la enseñanza memorística y el aprendizaje bulímico, sino con otros muchos instrumentos.
El uso pedagógico de los espacios, la gestión dinámica de los patios de recreo o colegios ECOeducativos o ECOsociales donde se empodera al alumnado para resolver problemas sociales, son otras de las asignaturas pendientes.
La última matrioska, la más pequeña pero no por ello la menos importante, es la que está relacionada con las prácticas inclusivas, con el uso de metodologías activas que permitan al alumnado participar en su propio proceso de aprendizaje. ¿Qué formación necesita el profesorado para que sus aulas sean inclusivas?
Me gusta hablar no sólo de personalización del aprendizaje, sino de un enriquecimiento para todo el alumnado.
Pero ¿cómo podemos conseguir esto en el aula? ¿Qué formación necesito yo como docente? Básicamente, formación en metodologías activas. Me gusta el Aprendizaje Basado en Proyectos porque permite trabajar de forma integrada, no fragmentando el saber. Me gusta relacionarlo con las inteligencias múltiples porque democratizan la inteligencia, porque todos y cada uno de los alumnos tienen algo que aportar. Esta metodología va de la mano del aprendizaje cooperativo y/o colaborativo, o de los grupos interactivos, donde el diálogo igualitario es la base del aprendizaje.
Modelos pedagógicos como el Flipped classroom, Visual thinking, Design for change o la Cultura del pensamiento son necesarios para enriquecer el aprendizaje. Y, por supuesto, no debemos olvidarnos de uso pedagógico de las TIC, que se deben convertir en tecnologías de aprendizaje y conocimiento, facilitando el aprendizaje, aportando nuevas posibilidades y que se infusionan en la metodología y en el contenido curricular.
(Parte de la charla que impartí en el Congreso de Educación Inclusiva de Valencia, #eduInclusiva16 mayo 2016)